La conducción del Kuga en los trayectos cotidianos por ciudad y carreteras interurbanas es totalmente satisfactoria. Es un SUV que se maneja con maneja con facilidad en estos entornos —dirección, cambio y frenos se accionan con suavidad; la visibilidad del exterior es correcta— y es cómodo al pasar sobre los baches y los guardias tumbados.
Sin embargo, en los viajes largos por autopista la suspensión deportiva se vuelve incómoda. No es que sea brusca o seca absorbiendo baches, sino que no termina de gestionar bien la multitud de pequeños desperfectos que suele tener el asfalto. Le falta un punto de suavidad en el filtrado y el paso de los kilómetros no hace más que acentuar esta percepción. Al final, el viaje resulta menos placentero de lo que pudiera ser.